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La Izquierda Diario - Género y Sexualidades

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  • Las nuevas derechas avanzan en un camino allanado por el neoliberalismo

    28 de abril, por Jornadas Rosa Luxemburgo — , , , , , , , , , , , , , , ,

    El 19 y 20 de abril se llevó adelante el Encuentro Feminista Internacional organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL), con sede en la Facultad de Ciencias Sociales - UBA. El evento llamado “Radicalizar la democracia: estrategias feministas ante la nueva derecha” constó de más de veinte paneles sobre diversos temas, donde debatieron referentes de distintas organizaciones feministas, con militancia política, sindical, social en diversos ámbitos.

    Reproducimos a continuación la participación de Celeste Murillo de Pan y Rosas en la mesa “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, coordinada por Vanina Escales del Centro de Estudios Legales y Sociales, con la participación de Isa Serra (Podemos, Estado español), Irina Karamanos (Chile), Judith Götz (investigadora, Austria) y Lucila de Ponti (Movimiento Evita).

    ¿Por qué cambió de bando la rebeldía? ¿Ante qué orden creen que se rebeló?

    La verdad no creo que la rebeldía haya cambiado de bando. Las derechas (nuevas, viejas y recicladas) supieron canalizar en alternativas electorales el rechazo que generaron años de políticas más o menos neoliberales.

    Lo que hoy se ve como una especie de “rebeldía reaccionaria” expresa sobre todo descontento con dos cosas:

    · El empeoramiento de las condiciones de vida en el capitalismo.
    · Los discursos que la filósofa estadounidense Nancy Fraser describió como “neoliberalismo progresista”, que combina una agenda económica neoliberal con la apropiación de algunos discursos e imágenes feministas (parte del proceso de cooptación e integración de sectores del feminismo a partir de los años 1980 a nivel internacional).

    Nada de esto niega que el rechazo a estas políticas esté siendo canalizado por sectores reaccionarios con una agenda claramente reaccionaria. Las derechas encontraron un discurso y un lenguaje para expresar ese descontento doble. De hecho ni Milei ni La Libertad Avanza son una novedad en cuanto a su narrativa, pueden encontrarse muchas similitudes en campañas como las de Boris Johnson en el Reino Unido, Donald Trump en Estados Unidos o Giorgia Meloni en Italia.
    Esos discursos e imágenes suelen generar una sensación de confort y seguridad, y ofrecen una explicación de por qué la vida en las sociedades contemporáneas no es satisfactoria. Y sobre todo ofrecen una respuesta a la incertidumbre económica y hasta ambiental, a la vida precarizada en todos los niveles (desde tu futuro laboral hasta los vínculos interpersonales).

    También apelan a la nostalgia de un “pasado mejor”. La idea de un orden social organizado alrededor de lo “natural” (la familia nuclear, los roles de género como el varón proveedor y la mujer criadora) y lo estable (trabajo e ingresos fijos) es atractiva para los sectores que movilizan estas derechas, sobre todo varones jóvenes pero no solamente.

    En esa narrativa, es lógico que el movimiento feminista haya sido identificado como el principal enemigo: porque disputa los roles de género, rechaza la biología como mandato y cuestiona prejuicios. Según el relato conservador que construyen las nuevas derechas, el movimiento feminsita y el movimiento LGBT destruyeron ese “orden natural” que, dice el relato, funcionaba perfectamente en comparación con el caos contemporáneo.

    Si es relativamente sencillo traducir esas narrativas en ofertas electorales efectivas es porque los gobiernos que los precedieron se apropiaron y utilizaron determinados discursos feministas, los redujeron a políticas institucionales o intervenciones estatales, con resultados mixtos, pero siempre como parte de agendas que empeoraron las condiciones de vida de la mayoría de la población, por ende de la mayoría de las mujeres y personas LGBT.

    ¿Cómo volver a recuperar la iniciativa desde los progresismos? ¿Cómo reclamamos rebeldía y radicalidad?

    Me parece importante poner o volver a poner en el centro, las agendas populares, es decir, las demandas que responden a los problemas de la mayoría de las mujeres y las personas LGBT. Y para hacer eso, algo clave es no silenciar debates (silenciar con argumentos como los que escuchamos los últimos años “le estás haciendo el juego a la derecha”), propiciar y no anular miradas críticas desde el movimiento feminista, que siga haciéndose preguntas.

    Creo que hay una idea valiosa de la marea verde de 2018, que fue explicar el derecho al aborto como una demanda que respondía un problema social, no una agenda corporativa. Las mujeres y las personas con capacidad de gestar fueron las protagonistas, pero el objetivo del movimiento fue convencer de la idea de que el acceso el aborto legal era un tema de salud pública e igualdad, por lo tanto de interés para la mayoría de la población y no una agenda corporativa.

    Recuperar esa idea, que además habilita debates que van más allá de la “ampliación de derechos”, permite acercarnos aunque sea instintivamente a los problemas estructurales en los que se apoyan las desigualdades, las verdaderas líneas de falla de las sociedades capitalistas. Creo que cualquier planteo radical, rebelde, empieza por ahí, con la sospecha de que ninguna “ampliación” ni política pública resuelve las desigualdades de origen, que son sociales y económicas y no se limitan a los derechos (que ya sabemos, pueden ampliarse mientras no se modifica nada estructural).
    La estrategia política comunicacional responde a la idea de provocación estratégica (lanzan un mensaje muy por fuera de lo aceptable -como el trabajo infantil-, reaccionamos a eso y hacemos dos cosas, que ese mensaje crezca y correr los límites del debate). ¿Cómo podemos armar contranarrativas? ¿Cómo funcionan esas narrativas de la derecha contra los progresismos? ¿Cuánto daño creen que está haciendo?

    Es importante discutir las ideas y los discursos reaccionarios, desarmar los prejuicios, como es tradicion del movimento feminista, su historia está hecha de eso. No tiene que significar discutir todo pero, por ejemplo, ideas como “vender a tu hijo o ponerlo a trabajar” (propuestas por Milei o diputados de su bancada) son debates legítimos, menos por Milei y más por el hecho de que en el capitalismo conviven muchas de estas cosas con discursos y agencias gubernamentales que se conforman para evitarlo (y no lo consiguen, porque esas dinámicas se inscriben en la explotación del trabajo humano).

    Al mismo tiempo es importante tener una agenda propia, no abandonar temas porque pierden peso en medios mainstream, seguir exigiendo respuestas a funcionarios, legisladores y legisladoras. Por ejemplo, en la campaña presidencial de 2023, fue un escándalo el anuncio de Milei sobre la posible derogación del derecho al aborto pero no importó demasiado (salvo algún planteo excepcional) que no fuera una pregunta obligada la opinión de los nuevos diputados y diputadas sobre este y otros temas. Algo que debilita nuestra respuesta potencial en peleas futuras, ¿con cuánto apoyo contarían modificaciones reaccionarias en el Congreso y el Senado hoy?

    Por otro lado, creo que no sirve de nada promover desde el movimiento feminista relatos nostálgicos de políticas públicas. Por supuesto, esto no significa no defender los derechos conquistados, enfrentar despidos y cierres, defender a las trabajadoras y trabajadores que sostienen políticas y programas públicos (que la mayoría de las veces tienen empleos precarios) con buenos resultados (como el plan ENIA).

    En absoluto significa renunciar a defender lo conquistado, pero no creo que debamos ser promotoras del rol del Estado, no es tarea del movimiento feminista. Nuestra exigencia es que el Estado garantice el acceso a los derechos a todas las personas, pero eso no significa compromisos con ningún gobierno. Es más, creo que aceptarlos va contra la esencia libertaria (una palabra que también me parece importante recuperar para nosotras) de los movimientos que luchan contra la opresión.

    Que el Estado cumpla su promesa de igualdad aun formal es lo mínimo que se le exige a una sociedad que se llama a sí misma democracia. La lucha contra la opresión, la precarización de la vida, contra la explotación, es algo mucho más grande, va mucho más allá que la defensa de derechos.

    Finalmente, ¿a quiénes les hablamos las feministas? ¿Cuándo? ¿Con qué lengua? ¿Cómo nos enfrentamos al sentido común contra los avances feministas y sociales?

    Empiezo por el final, no creo que haya un sentido común contra los avances feministas y sociales, creo que sobre todo que hay un sentido común, instalado recientemente, producto de una identificación errónea (mediante la apropiación de esos avances de parte de gobiernos e instituciones). Y creo que es importante incluir este y otros problemas relacionados en los debates feministas para volver a la cuestión de la independencia política, que no significa ser apolíticas sino no aceptar compromisos ni silenciamientos.

    Creo que las feministas, sobre todo las feministas socialistas, tenemos que hablarle al conjunto de la sociedad, con la misma convicción que lo hicieron las sufragistas de comienzos del siglo XX o muchos sectores de la llamada segunda ola feminista de los años 1960 y 1970. Porque en momentos muy diferentes y demandas distintas (cada época con sus debates correspondientes), peleaban contra las injusticias hacia su género pero su lucha era por transformar la sociedad que las oprimía, y así confluyeron con las luchas de trabajadores y trabajadoras, de pueblos oprimidos por sus propios países y fortalecieron sus luchas siendo parte de luchas que superaban cualquier agenda corporativa.

    Siempre tengo en la cabeza la idea de una filósofa inglesa que se llama Lorna Fynalson que dice que la verdadera pregunta que tenemos que hacernos no es si es posible que exista un capitalismo sin discriminación de género, sino si esa sería una igualdad por la que valga la pena luchar. No es que sea un camino fácil, solo parece el único realista.

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  • Debates feministas: ¿Cómo llegamos hasta acá?

    28 de abril, por Jornadas Rosa Luxemburgo — , , , , , , , , , , , , , , ,

    El 19 y 20 de abril se llevó adelante el Encuentro Feminista Internacional organizado por la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL), con sede en la Facultad de Ciencias Sociales - UBA. El evento llamado “Radicalizar la democracia: estrategias feministas ante la nueva derecha” constó de más de veinte paneles sobre diversos temas, donde debatieron referentes de distintas organizaciones feministas, con militancia política, sindical, social en diversos ámbitos.

    Reproducimos a continuación la participación de Andrea D'Atri de Pan y Rosas en la mesa ¿Cómo llegamos hasta acá?, que integró junto a las legisladoras porteñas Celeste Fierro (MST, FITU) y Victoria Freire (Patria Grande, UxP), la concejala de Rosario Caren Tepp (Ciudad Futura), Aldana Bollati (La Cámpora, UxP).

    ¿En qué situación estamos?

    Desde el triunfo de Milei, el neoliberalismo más voraz y descarnado gobierna la Argentina. Sin embargo, lejos de la fortaleza de la que presume la oficina presidencial, no consigue afianzar su hegemonía. Por arriba, los conflictos evidentes con los gobernadores, incluso de sectores aliados políticamente y distintos sectores capitalistas y las recurrentes crisis internas de su propia fuerza política. Por abajo, la emergencia de una todavía minoritaria expresión de autoorganización en asambleas vecinales, masivas manifestaciones políticas como la del 8M y 24M, un paro general el 24E, movilizaciones de los movimientos sociales y más recientemente un paro contundente de transporte en el AMBA, próximamente la marcha en defensa de la universidad pública y el anuncio de un próximo paro general el 9 de mayo.

    En este interregno, algunos sectores de la oposición se prestan a colaborar explícitamente y otros, mayoritarios como Unión por la Patria, conservan su rol opositor pero con cierta mesura, intentando no transformarse abiertamente en un obstáculo para la gobernabilidad. En esta situación, el gobierno se esmera enloquecidamente en una batalla cultural que apunta, entre otras cosas, contra "lo estatal" y los feminismos.

    Desde el punto de vista libertariano, las moderadas, episódicas o precarias políticas de los gobiernos kirchneristas anteriores, destinadas a paliar los efectos de la desigualdad sistémica de las mujeres o la diversidad sexual, son causantes de la verdadera desigualdad. Porque en su concepción "el Estado cobra impuestos a los ciudadanos de bien" para beneficiar a otro sector social que es vago o una casta privilegiada (los políticos, los "planeros", las feministas).

    Esos ataques desmesurados al feminismo no son inocentes: se trata de estigmatizar como élite/casta privilegiada y antipopular al único movimiento político que ocupó las calles, persistentemente y masivamente entre 2015 y 2019; que estableció una agenda y que, finalmente, con su movilización conquistó un derecho largamente postergado por todos los gobiernos anteriores desde la caída de la última dictadura militar.

    Por eso, hoy se reabren los debates sobre el devenir de este potente movimiento. Y esto, necesariamente implica revisar (cómo se pregunta en el nombre de esta mesa) cómo llegamos hasta acá. Especialmente, porque la estrepitosa derrota política de Unión por la Patria, abre interrogantes y cuestionamientos a la hegemonía de esa visión populista/estatalista en el movimiento feminista. Es difícil en tan escaso tiempo escapar a los esquematismos y simplificaciones. Así que pido disculpas por anticipado. Pero voy a tratar de desarrollar esto.

    La "mímica de Estado" del kirchnerismo

    El triunfo de Milei obedece a múltiples razones nacionales e internacionales, pero uno de los elementos que podemos destacar es que, entre otras cosas, también fue una reacción a un sobrecargado discurso estatal sobre "derechos" del gobierno anterior, combinado con un ajuste económico ortodoxo, dictado por el FMI y que hizo que el período finalizara con la legalización del aborto pero también con un 45% de la población empobrecida y una inflación descomunal. Por un lado, problemas estructurales nunca resueltos para grandes sectores de masas (vivienda, precarización laboral, dependencia de los magros planes asistenciales para la supervivencia, etc.), por otro lado, derechos democráticos que la derecha libertaria supo presentar como antagónicos con los derechos económicos, como también lo hicieron otras y otros.

    Las políticas estatistas, redistribucionistas, de ampliación de derechos o radicalización de la democracia terminan convirtiéndose en una mímica cuando se despotrica contra el empresario Galperín, pero hasta los sectores más progresistas del entonces oficialismo, votan en el Congreso otorgar beneficios impositivos a sus empresas. O cuando se denuncia permanentemente la estafa de la deuda ilegítima que asumió el gobierno de Macri, pero se elige pagar religiosamente, aprobando los presupuestos de ajuste que dictan los acreedores.

    Frente a la situación actual, donde esos derechos están permanentemente amenazados y los problemas estructurales no resueltos anteriormente se profundizan a un ritmo acelerado, ¿cuál es la alternativa? Si el movimiento feminista no se esfuerza y autocritica permanentemente para preservar su carácter de movimiento de lucha, independiente de los partidos políticos que gobiernan, está condenado a oscilar entre la institucionalización de los gobiernos progresistas o populistas que lo convierten en el "rostro humano" de la gestión del ajuste, o ser demonizado por la derecha que lo mostrará como algo indistinguible de esa gestión.

    Actualmente, vuelve a debatirse la opción de esperar con mayor o menor pasividad a que pase lo peor y prepararse para retomar, en unas lejanísimas elecciones, las riendas del Estado capitalista argentino (el mismo que es vehículo del ajuste neoliberal). Y, desde allí, tener algunas políticas tibiamente redistribucionistas, regatear un poco más el ajuste fiscal mientras se sigue sometiendo al país a los dictados del FMI, pagando la deuda con una actividad económica cada vez más brutalmente extractivista. Todo esto, partiendo además desde una degradación aún mayor de las condiciones de vida de las masas que nos dejará este gobierno si no logramos derrotar su política hambreadora y criminal ya, y de la premisa de que nunca hay más opciones que elegir entre dos males: uno mayor y otro que, frente a éste, aparece como menor.

    El Estado capitalista no puede ser vehículo de nuestra emancipación

    El Estado capitalista puede redistribuir la riqueza en términos más o menos favorables para las clases mayoritarias en función de las relaciones de fuerza establecidas por la lucha de clases. También puede avanzar en medidas parciales que alivianen o reduzcan el trabajo gratuito de cuidados, como por ejemplo, lo hizo en condiciones excepcionales, en la segunda posguerra (que no son precisamente las actuales para el capitalismo mundial). En función de la radicalidad de la lucha de clases o la amenaza de procesos revolucionarios que intentará frenar o desviar, las clases dominantes pueden conceder una mayor participación de la clase trabajadora en la renta nacional, avanzar en la legislación de más derechos democráticos, etc.

    Lo que no puede hacer el Estado capitalista sin atentar contra su propio carácter de institución de dominio de una clase sobre otra, es liquidar la propiedad privada de los medios de producción que se basa en la explotación del trabajo asalariado y eliminar radicalmente la privacidad del trabajo gratuito de reproducción de la fuerza de trabajo que realizan las mujeres en el ámbito doméstico.

    Ninguna "ampliación de derechos" o Estado ampliado puede resolver de manera íntegra y duradera los problemas estructurales que afectan a las masas trabajadoras, pero de manera redoblada a las mujeres y la diversidad sexual. Es decir, en los estrechos marcos del capitalismo (más impensadamente aún en su fase neoliberal, en un país dependiente sometido a la sangría permanente de los organismos financieros internacionales, etc.), es imposible "radicalizar la democracia", lo que significaría extender la igualdad política también a la igualdad social, económica, etc.

    En primer lugar porque esa es la misma quintaesencia de las democracias capitalistas: que la igualdad ante la ley de los ciudadanos que concurren libremente en el mercado, revista de misticismo la relación no igualitaria entre propietarios (del capital) y quienes deben vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, que apenas garantiza su propia reproducción como tal. En segundo lugar, porque el "pacto democrático" se apoya en (al tiempo que lo oculta) la división entre lo público y lo privado, donde las mujeres nunca terminan de ser ciudadanas de la misma categoría que los ciudadanos ni alcanzan una igualdad económica respecto de los miembros masculinos de su propia clase, porque cargan con la reproducción social de la fuerza de trabajo, lo que limita -históricamente como grupo social aún mayoritario- su participación en los ámbitos públicos de la producción y el mercado, como también su acceso a los derechos del Estado ampliado y el ejercicio de la política en su sentido más amplio.

    Conclusiones

    Sin duda, el movimiento feminista no tiene la fuerza, por sí solo, para derrotar a los capitalistas y su Estado, ni siquiera a este episódico gobierno de Milei. Pero mientras se limite la perspectiva de los feminismos a pelear solo por la ampliación de derechos democráticos y a la clase trabajadora a pelear solo por reivindicaciones económicas y corporativas, SIN DUDA no hay ninguna posibilidad siquiera de imaginarlo.

    La democracia capitalista es la contracara necesaria de la propiedad privada de los medios de producción, el despotismo patronal en las unidades de producción y la división entre lo público y lo privado que reserva para las mujeres, la obligación de la reproducción social gratuita. Solo una política socialista tiene la potencialidad de extender o radicalizar la democracia a los ámbitos de la producción y reproducción social; de hacer que la decisión democrática no se limite a la única opción de elegir -cada 4 años- a los gestores políticos de un ajuste criminal y sanguinario o de un ajuste morigerado con algo de redistribucionismo; a elegir entre quienes van a hundir al 60% de la población en la pobreza o quienes solo van a hundir al 45%. Es decir, una democracia que también permita decidir a las grandes mayorías qué, cuánto, cómo y para qué se produce.

    Socializar los medios de producción y el trabajo de reproducción, desplegar aquella creatividad infinita de las masas aprisionada hoy por el capital, politizar las moradas invisibles y mistificadas de la producción y la reproducción social son las premisas y no el punto de llegada, si aspiramos a democratizar radicalmente la vida.

    Para quienes no suscribimos la Teoría de la Resignación Permanente y su programa malmenorista, está planteada una pregunta: ¿las mujeres no expresan ya, molecularmente, que serán vanguardia en esta nueva crisis en ciernes, para resistir no solo al embate de las derechas contra sus conquistas democráticas, sino también a las plagas que el FMI, los capitalistas y sus gestores políticos descargan sobre el pueblo trabajador una y otra vez, incluso ahora, en una versión recargada?

    Verificar la hipótesis requiere, en primer lugar, luchar porque esa perspectiva se despliegue en toda su potencialidad y que no quede encorsetada en otro episódico proyecto electoral que termine encumbrando en el poder al "menos malo", decepcionando a las amplias mayorías e imponiendo el silencio y la pasividad al movimiento feminista para no "hacerle el juego a la derecha".

    Esa es la perspectiva política con la que militamos cotidianamente en las escuelas, las universidades, los hospitales, las fábricas y los barrios, les y las compañeras de Pan y Rosas. La resistencia, los combates y las renacidas formas de autoorganización de hoy son el germen de un futuro que apostamos a desplegar desde la actualidad de este presente.

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    Fotografías: Fundación Rosa Luxemburgo

  • Condenaron a 27 años y medio al femicida de Lola Chomnalez

    17 de abril, por Uruguay — , , , , , , ,

    Leonardo David Sena fue condenado este miércoles en el país hermano, está preso desde mayo del 2022 por el asesinato de Lola, la joven argentina de 14 años en Uruguay en diciembre del 2014. El femicida había sido arrestrado en Chuy, en el límite con Brasil, su ADN coincidía con el hallado en la mochila de ella.

    El asesinato de Lola ocurrió meses antes de las primeras movilizaciones masivas ocurridas el 3 de junio de 2015 por Ni Una Menos contra los femicidios y la violencia machista.

    Después de casi 10 años del crimen, Leonardo David Sena fue condenado por la Justicia uruguaya a 27 años y 6 meses de prisión por el “homicidio muy especialmente agravado” contra Lola Chomnalez, la joven argentina de tan solo 14 años de edad, asesinada en diciembre de 2014 en una playa Barra de Valizas, Uruguay.

    El femicida está privado de su libertad desde mayo de 2022, por lo que a la pena de 27 años y medio se le descontará el tiempo ya transcurrido en prisión como lo definió el poder judicial del país vecino.

    Sena, que tiene antecedentes penales por otras dos causas, una por lesiones y otra por violación, desde el primer día que fue apresado se declaró inocente, aunque todas las pruebas y testigos lo muestran como el asesino.

    Por este caso, también está preso Ángel Eduardo Moreira Martínez, alias “El Cachila”. condenado a 8 años de prisión por “encubrimiento” del crimen y detenido anteriormente por violar una restricción de acercamiento solicitada por su expareja y por la que cumplió arresto domiciliario.

    Estos aberrantes hechos son una realidad constante, por la cual el movimiento de mujeres denuncia hace años la responsabilidad del Estado y la falta de aplicación de medidas elementales que puedan proteger a las víctimas.